El psicoanálisis y las sustancias psicodélicas tienen una relación de esas medias raras, viste. Es como un tabú que se comenta por lo bajo, pero nadie lo encara de frente. Y el psicoanálisis, que es un aparato re apolíneo, estructurado, se asusta de lo dionisíaco del yo. Ya lo decía el viejo Nietzsche, “el que con monstruos lucha, cuide de no convertirse a su vez en monstruo”. Miramos el abismo y nos cagamos en las patas. Los terapeutas le tienen tanto miedo a la psicosis que se olvidaron del éxtasis que puede traer un buen viaje. ¿No es medio bajón?
¿O sea que el psicoanálisis, en su afán de curar, nos negamos la chance de la revelación? ¿La mente, que es como un set bien armado, no se puede resetear con un viaje de ácido? ¿Por qué Dionisios, el dios del beat y la joda, está en silencio en la acrópolis psicoanalítica?
El malestar en la cultura rave
El gran Aldous Huxley en Las puertas de la percepción dijo que el cerebro es como un filtro, un ecualizador, y las psicodélicas, como el ácido (LSD para los amigos), “abren la compuerta de la mente al universo completo.” ¿No es una metáfora de puta madre para lo que hacemos en el diván? El laburo nuestro es abrir esas puertas, desatar nudos, pero nos quedamos en la superficie, en la cháchara. Por ahí el Freud de la carta a la princesa Bonaparte le tenía miedo a las drogas, pensaba que era jugar con fuego. Y el loco del Erich Fromm decía que era una “fuga neurótica”. Pero, loco, lo que vos ves como una cosa mala, a veces es la posta de que es algo heavy. Capaz la resistencia de Freud al ácido es la misma que a la música: una prueba de que es una cosa que te parte la cabeza. Ya lo dijo Jung: “El encuentro con la propia sombra es el encuentro con lo dionisíaco”. La bibliografía hoy está desmitificando los peligros. Y el riesgo de disparar una esquizofrenia es como el de cualquier cosa que te sacude. El tema es el set y el setting, no la pastilla.
Entonces, ¿por qué los psicoanalistas no articulamos el LSD en la terapia? ¿Qué es lo que nos tranca?
¿Cómo le ponés palabras a un drop?
El LSD no es una droga, loco, es como un sample, un significante que no tiene sentido. Desafía la razón y te abre un camino directo a las sensaciones. El Aleister Crowley lo llamó “la visión de la santa cáscara”, un atajo al conocimiento oculto, a lo que no se puede verbalizar. Cuando intentás definir un viaje, la palabra se te va al carajo. Podés metaforizar el viaje, pero no definirlo, lo que te demuestra que se parece a la muerte.
En la clínica estamos siempre con esos vectores imposibles de la sexualidad y la muerte. Capaz el viaje psicodélico es el tercer elemento, la clave. Y la operación de traducirlo es una pelotudez. Pero el Joseph Campbell ya le encontró la vuelta, con eso del viaje del héroe. Así que no estamos tan lejos del mambo.
Para agarrar coraje, escuchate al Hermann Hesse en El lobo estepario: “Tienes que sumergirte en el río de la vida, en el éxtasis dionisíaco, para poder entenderlo”. Ni imagen, ni concepto, ¿entonces qué queda? ¿Podemos pensar el psicoanálisis con LSD, y que la clínica sea una experiencia? Para mí que sí, al revés de lo que decía Jacques Attali, el LSD es “caos organizado”. Un psicoanálisis promiscuo, que se mete con todo, con intelectuales, artistas y con nosotros, los que le damos a la electrónica.
Por eso los roces entre la clínica y la psiconáutica son anárquicos, una ronda schnitzleriana que pone nerviosos a los puristas. Y ese dislate, esa ensalada, ¿implica un rapport sexual entre disciplinas? Pa’ mí que después de Gödel es una boludez preguntarse eso. Volviendo al tema, el Borges ya nos tiró una pista: “La estética de los sueños, la de la embriaguez, la de la locura, son estéticas de la inmediatez.” Y el LSD es inmediatez pura.
En este punto podríamos preguntarnos si es necesaria esta “inutilidad” de las drogas. ¿No estamos hasta el cogote de palabras? Pero si de inutilidad se trata, me encanta la frase de Roberto Calasso: “El mito, como el sueño, es una fantasía que se hace real por su propia fuerza”. Y para mí, el viaje de ácido es un mito, un sueño, una experiencia de ese tipo. Es el mysterium tremendum de Nietzsche, y una forma de buscar “un poco de África para el psicoanálisis”, como decía el Brian Eno.
¿Pueden los ravers bailar en la terapia?
El Lacan en su momento no le dio bola al LSD: “Alguna vez -no sé si tendré tiempo algún día- habría que hablar de la química, al margen”, pero sí habló de la escucha. El LSD, como un tema de house, no es figurativo. Su principal logro es que te desnuda. Te hace ver la intersección entre la percepción alterada y el cuerpo. Es un llamado somático, un caramelo para la mente, un subidón vacío, a un toque del pensamiento y la conciencia. No te elimina el “alma” del psicoanálisis, la desparrama en un campo psíquico de aristas que te vuelan la cabeza.
Incluso en los viajes tranquilos, donde todo es más o menos ordenado, el orden es un truco para que aparezcan ruidos, texturas, materias psíquicas, alucinógenas o interestelares, pero sin una narrativa, sin un sentido. Si el psicoanálisis piensa con LSD, se va de cabeza a las sensaciones, dejando atrás las reliquias y los souvenirs que se rematan en la tele.
La terapia con ácido te lleva a un horizonte que no significa nada, un lugar para algunos momentos y situaciones. Esta función designificante es clave: te saca el exceso de sentido que a veces le ponemos a todo, y te afloja esos significados fijos que encontramos en la consulta. Ahí está el truco de ir a la química, para recuperar la potencia subversiva del psicoanálisis.
Apolo, con su orden, su relato, su “Conócete a ti mismo”, es lo que Foucault llamó la “función psi”, con su aparato normalizador y sus concepciones racionales. Dionisios, en cambio, es la cercanía, la embriaguez, el trance. Es el que desata y disuelve, como decía el Calasso. Para la clínica, es Dionisios el que mejor encarna esa indicación de Freud de olvidar lo que uno sabe. Y el LSD, el ácido, es su instrumento. Su música, el viaje, es el camino para desatar los nudos del alma de la juventud.
¿Te copa que sigamos tirando ideas sobre esto? Es un tema que da para rato.
Maximiliano Diel Schanzembach
Psicoanalista. Cuenta con un Master en Educación por Universidad ORT Uruguay (2019), y una licenciatura en Psicología por la Universidad de la República (2011). Siguiendo la enseñanza de Freud y Lacan, practica el psicoanálisis en su consultorio particular y en el Centro Integral Interdisciplinario Carrasco